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pensamientolatam

Espectros de la narcocultura: tres consideraciones sobre el trauma social de la frontera norte de México

Alan Osuna

CESUN Universidad

Tijuana, México


De sillas, de atardeceres extra,

de pistolas que acarician

nuestros mejores amigos

está hecha la muerte

—    Roberto Bolaño (2018). Poesía Reunida


La muerte en la narcocultura


Una de las cosas que guía la cultura en México es el entorno social que teje las relaciones interpersonales de sus habitantes, éste se encuentra actualmente en una situación sumamente delicada producto de los cambios tecnológicos representados por las redes sociodigitales (Facebook, WhatsApp, X, Telegram, etcétera), las polarizaciones crecientes en las narrativas políticas, y la violencia producto del crimen organizado. Este último, a su vez, parece ser el detonante de las dos primeras problemáticas, ya que, gran parte de su actividad conlleva ejercicios de muerte que son interpretados y problematizados por los actores de las redes y la política.



Mucho ya se ha escrito de la relación entre el mexicano y la muerte (Paz, 2019), entre el norte de México y el narcotráfico (Núñez-González, 2011, 2012, 2018 y 2021), y especialmente, entre la muerte y la narcoviolencia (Valencia, 2010). Sin embargo, considerar la manera en la que la sociedad mexicana imagina la muerte producto de la narcoviolencia es algo muy distinto, afirmar o negar algo al respecto requiere de realizar un ejercicio de “interpretación”, o bien de “hermenéutica” casi fantasmagórica, el trabajo que haremos aquí busca interpretar la ausencia: ausencia de sentido de la narcoviolencia, del trauma que provoca ésta, y de comprensión respecto a la cotidianidad criminal.


La narcoviolencia son ejercicios “necropolíticos”, es decir, acciones de parte del crimen organizado que se estructura en forma de carteles que trafican droga en cantidades variables, estas organizaciones criminales no difieren mucho de una empresa común, salvo que trabajan en la clandestinidad, y más importante, su economía está basada, además del dinero, en la muerte. La muerte sirve como una suerte de moneda de cambio, ejercicio administrativo de capital humano y destino desolador; es medio y fin.


Los cárteles de droga utilizan a la muerte, por ejemplo, como mensaje: acompañan cuerpos asesinados de mensajes en carteles que amenazan a sus competidores, al Estado, o a las comunidades que habitan “su territorio”. Estos mensajes sirven como ejercicio de control social: provocan que los receptores actúen de tal o cual manera. Sin embargo, el papel de los medios, en especial las redes sociodigitales, ha sido relevante, pues cuando este tipo de mensajes aparecen, no se hacen esperar las notas periodísticas. De modo que, el mensaje llega aún a más actores.


La relevancia radica en que la manera en la que se difunde la narcoviolencia, ha conjuntado un lado oscuro de la llamada “narcocultura” (aquella que heroiza al ejercicio de los narcotraficantes a través de canciones, videohomes, moda, tradiciones e incluso expresiones religiosas): mientras que algunas celebraciones del narcotráfico en México se dan, hay espacios sociales que viven un trauma al respecto de ello; como sabemos, el trauma para la psicología, en especial el psicoanálisis, es algo sumamente difícil de definir, pues las personas tienen una infinidad de reacciones ante eventos de este calibre.


Ausencia de sentido en la narcoviolencia


Una de las configuraciones que suele tener el trauma, socialmente hablando, es la ausencia de sentido. El narcotráfico en México es una estructura amplia y compleja, con una cantidad significativa de actores que realizan también una cantidad significativa de actividades, además afectan a una cantidad igual significativa de vidas. En buena parte del norte de México, las noticias de narcoejecuciones son cotidianas, es raro que aparezca menos de una al día. Lo normal sería que uno reaccione alarmado ante semejante evento: las muertes violentas redireccionan al trauma, pues es un evento “no esperado”. Parece más bien, que lo extraño es que no suceda.


Por otro lado, el ejercicio que se hace al interpretar los eventos violentos del narcotráfico que aparecen en noticias suele verse bastante limitado: hay poca información disponible, uno no puede simplemente figurar la “verdad” tras el acontecimiento a partir de las redacciones periodísticas, ni con los chismes del barrio, y menos aún con la teoría sociológica a la que tan poca gente tiene acceso. Estos ejercicios tienden a ser burdos, incitan a plantear respuestas limitadas, y a imaginar narrativas poco realistas: la ausencia de sentido radica en que, al interpretar el posible trauma suscitado por los eventos violentos, se estructuran ideales y ficciones.


Hay dos ejemplos con distintas polaridades al respecto: en primer lugar, en las noticias donde pintan determinada región como “violenta” a partir de algún evento, regularmente las secciones de comentarios se hallan sujetos que mencionan que el narcotráfico solo violenta a quienes están relacionados a él. Esta ficción es una respuesta clásica de negación ante el peligro que supone el que el narcopoder precisamente figura en romper las reglas de quien es afectado y quien no por la violencia. De forma análoga, los narcocorridos tienden a heroizar figuras, y a establecer pautas respecto a la manera de vivir de los criminales, en estas narraciones musicales aparece la idea de que el narcotráfico brinda dinero y poder, y con ello, a su vez, los criminales pueden hacer lo que sea con quien sea (Núñez-González, 2021).


Tanto una como la otra, estas interpretaciones de la narcoviolencia caen en simplificaciones de procesos amplios y abstractos, que entraman actores con distintos entornos. Si bien es cierto que el narcopoder ayuda a romper vínculos con la institucionalidad al momento de ejercer violencia, también es cierto que los criminales son seres humanos que viven en alguna comunidad, han estrechado lazos y formado familias, es decir, muchas veces este tipo de situaciones limitan ampliamente el ejercicio de violencia que pueden ejercer, pues al ser relaciones de poder, se limitan unos a otros.


También es cierto que existen jerarquías, a veces muy definidas, a veces socialmente abstractas, como los "tacuaches” y “pesados” (Núñez-González, 2018), es decir, que la capacidad de ejercer violencia también varía según el estrato social que se halle en la organización, o como se le suele decir, varía según “cuanto power cargue” algún sujeto. Es una ficción narrativa que el entrar a estos grupos delictivos facilite dinero y poder inmediatos. En algunos casos podría ser contrario, ampliar la precariedad. Por otro lado, también es verdad que muchas veces actores externos han fallecido debido al crimen organizado, estas empresas tienden a diversificar sus actividades, realizando cobros de piso a comerciantes, secuestros y provocando que la desprotección social en áreas de narcomenudeo genere robos a mano armada. Es decir, no solo afecta a quien “obra mal”, sino, puede llegar a ejercerse sobre otros cuerpos.


Al desmitificar la narcoviolencia uno puede llegar a comprender el trauma que suscita esta ausencia de sentido: lo difícil no es aceptar los eventos violentos, más bien, lo difícil es aceptar que se debe convivir cotidianamente con esos eventos. En la cotidianidad podemos verlos, pasar página y seguir, pero el trauma radica al momento de ser cuestionados por esa convivencia. Tampoco parece difícil comprender que un criminal no es imparable, parte de las narrativas políticas y sociales al respecto tienen relación en exterminarles: lo difícil es comprender que son también un producto del entorno en el que nosotros nos desenvolvemos. Es decir, que son seres humanos con sentimientos, limitaciones, relaciones, sueños e intereses, y que, para cumplir todo ello, utilizan la muerte.


Exceso explícito


Mientras que hay traumas que se suscitan por “ausencia”, también hay otros que se sirven de la presencia, en especial, por un exceso de presencia. Tal como lo observábamos, las redes sociodigitales permiten el acceso a todo tipo de noticias de forma instantánea, la globalización en términos digitales se abrió con la llegada del 3G al norte de México; grande fue la sorpresa de poder acceder a material que debería estar aparentemente “prohibido”. La ruptura de todas las fronteras, en términos culturales, involucró acceder a espacios de la muerte que anteriormente se encontraban limitados por la moralidad cotidiana y el poco acceso a la tecnología que se tenía en una era previa al internet.

Si el narcotráfico hacía de las suyas diluyendo mensajes a través de ejercicios de violencia, y los medios tradicionales tardaban un par de horas en reportar este tipo de eventos, hoy es instantáneo, incluso, puede presenciarse en vivo una situación de violencia extrema. O bien, se pueden hacer compilaciones amplias de este tipo de situaciones, que se traducen en un acceso simple a violencia de tipo “gore”, relativo al género cinematográfico que hace presente las escenas de violencia y derramamiento de sangre explícito (Valencia, 2010); un caso particular de esto fue El Blog del Narco, un sitio web, que en su momento retrataba no solo los eventos cotidianos de la Guerra contra el Narco, sino, que lo hacía explícitamente a través de colgar imágenes sangrientas de los resultados de ésta.


El Blog del Narco fue un antecedente, si se quiere llamar así, un síntoma de una enfermedad crónica que avanzaría a mayor escala: el exceso de gore en las noticias. Si bien, los medios tienden a restringir este tipo de contenido, también es cierto que la figura del periodista se volvió difusa, y se fue entremezclando con otro tipo de ejercicios y procesos comunicativos. Las redes sociodigitales facilitaron que personas sin preparación profesional, código de ética o relaciones de cortesía en el medio pudieran fungir como comunicadores masivos sin tener las mismas limitaciones morales, técnicas, económicas e incluso políticas a las que estaban sujetos los periodistas tradicionales, permitiendo así que comunicaran, igual que en el Blog del Narco “sin censura”.


La eliminación de la censura provoca una enfermedad bastante grave, socialmente hablando: la del miedo generalizado. Si la ausencia de sentido causa una sensación de vacío confuso que debe ser llenado; el exceso de contenido provoca una sensación de tener el conocimiento absoluto de un evento por poder “trascender los límites” del saber que debería de tener. Ello se expresa, también en representaciones de la narcocultura, como los corridos alterados o enfermos, que lucen del gozo de retratar a detalle ejecuciones, y contar un lado de la historia de lo que fue la Guerra contra el Narcotráfico, que puede llegar a ser tomado como una posibilidad viable de narrativa, dependiendo, claro, de quien es el escucha.


El miedo generalizado aparece cuando este exceso de detalles ensalza procesos que pueden ser poco o menos reales en términos amplios; es decir, magnifica o amplía la realidad posible en la que se encuentran los sujetos: poder ver la violencia que “no debería de verse” hace sentir que eventos de baja categoría puedan ser tanto o más amplios, esto se relaciona, por ejemplo, con la estigmatización de los consumidores de drogas, de la criminalidad e incluso de la inserción en el narcotráfico. En estos ejemplos tienden a ser ignoradas las condiciones socioeconómicas y de desprotección social en la que se encuentran los sujetos al momento de ser enjuiciados moralmente, pues, la sensación de “saber” como es la violencia, puede hablarnos de conexiones posiblemente inexistentes entre el consumo de drogas, o los crímenes de baja categoría con asesinatos sangrientos y violentos en espacios pandilleriles.


Dolor, placer y crueldad


Placer y dolor son las categorías clásicas con las que el psicoanálisis freudiano entiende a los sujetos. Está claro que en la narcocultura ambos están presentes: los corridos que exacerban los lujos no hacen falta; como vimos, tampoco el retrato del dolor. Sin embargo, una dicotomía aún más interesante es la de la crueldad y el dolor: mientras que el placer es un alivio en términos de supervivencia, y el dolor es una pulsión inconsciente, la crueldad es todo lo contrario, es innecesaria para sobrevivir y es una actividad irremediablemente de la que se es consciente.


Cuando se explica a la crueldad, uno se enfrenta a que aparece en tres ámbitos de la narcocultura: la forma en la que se provoca la muerte, la estructura de su economía de la muerte, y el trauma con el que se lidia al respecto de ambas situaciones. En este sentido, la última parece ser el medio más relevante mediante el cuál la narcoviolencia ejerce su poder. Ello se debe a que la capacidad de generar trauma de la narcocultura se basa en producir fantasmas: la crueldad marca especialmente la forma en la que asesina el crimen organizado, para dejar huellas que atisban las memorias de familiares y extraños de los muertos. Estas huellas son, como lo nombra Colin Davis (2017) “rastros de guerra” que provocan, además de síntomas psicosomáticos, heridas históricas.


El rastro de la crueldad, así como cualquier otro rastro es la marca de la ausencia de algo que estuvo presente. Sin embargo, es también un exceso: la crueldad es innecesaria, un mensaje se comunica sin ella, aún así, ese excedente deja rastro. Para cerrar el círculo, la crueldad es la estructura mortífera que hila placer y dolor, ausencia y presencia; en el caso concreto del norte de México, narcoviolencia y muerte. El rastro son los cuerpos mutilados convertidos en homo sacer: hombres cuya vida deja de importar, y quedan a merced del poder soberano.


A su vez, éstos también son los ayudantes que aparecen como segundones en las representaciones de la narcocultura como el corrido y el videohome:


Son los personajes que el narrador olvida al final de la historia, cuando los protagonistas viven felices y contentos hasta el fin de sus días; pero de ellos, de aquella “gentuza” inclasificable a la cual, en el fondo, le deben todo, no se sabe nada más (Agamben, 2005).


La relación de la muerte y la narcoviolencia en el norte de México es una relación de ausencia de sentido, pero de exceso de presencia de crueldad. Se mira demasiado la crueldad, pero no se le encuentra un sentido, no hay una significación clara de sus condiciones, estructuras y antecedentes. Incluso en las partes que forman figuras heroicas, donde el derroche, los excesos y los lujos son primicia, la ausencia es la de la relevancia del rastro de los cuerpos que han caído bajo la normatividad de estas estructuras.



REFERENCIAS


Agamben, G. (2005). Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora.

Bolaño, R. (2018). Poesía reunida. Barcelona: Alfaguara.

Davis, C. (2017). Traces of War. Liverpool University Press.

Núñez-González, M. A. (2011). El narcocorrido y el movimiento alterado. Arenas: revista Sinaloense de Ciencias Sociales, 12(28), 57-66.

Núñez-González, M. A. (2012). El corrido alterado, las drogas y el sicario. Arenas: Revisa Sinaloense de Ciencias Sociales, 13(30), 65-76.

Núñez-González, M. A. (2018). Masculinidades y condición de clase en la narcocultura: los" pesados" y los" tacuaches". Intersticios. Revista sociológica de pensamiento crítico, 12(1), 81-96.

Núñez-González, M. A. (2021). Masculinidad, narcocultura y trabajo: la figura del self-made man en el canal de Markitos Toys. Investigar la comunicación y las nuevas alfabetizaciones en la era posdigital, 367-398.

Paz, O. (2019). El laberinto de la soledad. Fondo de Cultura Económica.

Valencia, S. (2010). Capitalismo Gore. Melusina.

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