Alan Osuna
Universidad Autónoma de Sinaloa
No es el muerto, no, quien se retira
Somos nosotros que vamos discutiendo,
Sobre el cadáver que mudo nos mira
La posibilidad de seguir sobreviviendo
— Reinaldo Arenas
Duelo digital
Una de las situaciones en las que nos hemos visto envueltos en las épocas del paso de la web 2.0 a la 3.0 es el “duelo digital” (algunos autores anglosajones le nombran “enhanced mourning”): se trata de la forma de duelo que es afectada por los elementos digitales, principalmente por las redes sociodigitales como Facebook, WhatsApp, Instagram y X (antes Twitter). Estas afecciones pueden ir desde la supervivencia de los perfiles de las personas que han muerto, hasta los duelos masivos respecto a celebridades que se ven intensificados por el contenido creado por los usuarios de las redes.
Las propias estructuras administrativas de las redes sociodigitales han habilitado funciones que permiten hacer algo con los perfiles de las personas que han fallecido, por ejemplo, crearles páginas in memoriam con los que los otros usuarios pueden interactuar. Esto crea una suerte de ritual de interacción particular con el perfil de las personas muertas en el que se limitan las acciones que pueden realizarse en relación al mismo. Sin embargo, en Latinoamérica existe un descuido significativo con respecto a la preparación para la muerte, al menos en este aspecto, los perfiles in memoriam son poco frecuentes; en su lugar, resulta bastante común que la cuenta del usuario que falleció queda en silencio, con el acceso perdido, limitado, o bien, algún familiar se queda con su acceso.
Rituales de interacción, muerte y web 3.0
Otro de los “rituales de interacción”, como los nombra Goffman (1970), que aparece es el caso de poder enviar mensajes a un chat que nunca va a responder, o que está en posesión de algún familiar cercano. Esto brinda una suerte de cierre o confort al proceso de duelo; pero también, la persistencia de un perfil abierto puede generar una aflicción significativa que complica el duelo. La complejidad de estos rituales es tal, debido a que la tanatología aún no encuentra su lugar en el espectro digital. Ello se puede explicar por la mercantilización de los rituales mortuorios que se vuelve continuamente más complicada: el qué hacer con el cuerpo y las pertenencias de nuestros muertos se ha vuelto un negocio redondo, donde elementos de nostalgia y apego respecto al fallecido se vuelven productos de consumo: desde árboles vinculados a las cenizas, hasta productos elaborados con las ropas de quien falleció.
De este modo, se puede cuestionar que tan saludable mentalmente es la existencia de los perfiles in memoriam; además, de que tan correcto es que un perfil inactivo de una persona fallecida se mantenga en existencia sin supervisión de sus seres queridos. Tanto por las posibles confusiones a las que se puede prestar, porque también cabe la posibilidad de que esas cuentas sean hackeadas y utilizadas para otro tipo de actividades; como por la complejidad que conllevan los rituales de interacción social entre quienes habitan el mundo de los vivos y quienes no.
Ya se ha hablado de que existe, además, la posibilidad de “hablar” con los muertos, en un término de comunicación donde los perfiles de éstos no son meros receptores de nuestras palabras de duelo; en su lugar, Gilbert (2017) concluía esto ya en las épocas donde apenas se vislumbraban los inicios de la web 3.0, con las inteligencias artificiales (tecnologías de modelado lingüístico) en desarrollo. La autora menciona que aún son desconocidos los efectos que hay sobre nosotros cuando el muerto puede responder y convivir. La inteligencia artificial generativa puede imitar de forma bastante convincente la forma de escribir de los usuarios de redes sociodigitales, tal es el caso de las que se utilizan para hacer llamadas, o bien, algunas más simples que son capaces de imitar personajes famosos como Character.AI.
Lo preocupante de esto es que, si se “entrena” con la carga de la mensajería completa del perfil de una persona fallecida, esta tecnología sea capaz de emular las expresiones, su uso y reacción frente a determinadas situaciones, es decir: que la tecnología sea capaz de emular los “rituales de interacción” cara-a-cara en relación al lenguaje que podía tener un ser humano en vida. Dar consuelo en momentos de tensión, intervenir en situaciones problemática, o bien, responder a la aflicción del duelo. Quizá uno de los “seguros” que mantiene esta tecnología, son los candados lingüísticos que se le han impuesto a partir del uso de palabras que denoten o impulsen la violencia; y la complejidad de un ser humano real incorpora, de forma bastante común, este tipo de expresiones.
Nigromancia digital
Aún así, es pertinente preguntarse cómo será el desarrollo de los rituales mortuorios frente a estas tecnologías que son cada vez más una realidad que se va a integrando al día a día. Igual que la convivencia que tenemos con nuestros muertos, y que recordarles se ha vuelto una costumbre, pues, como bien mencionaba Kierkegaard: recordar a quien fallece es el acto de amor más fiel, porque el muerto nos exige olvidarlo, su memoria nos halla siempre desprevenidos y en fuga. El recuerdo de quien fallece, en la digitalidad, resulta tener un polo donde el duelo puede formularse de manera “adecuada” a través del ejercicio del consumo; y otro más problemático, donde se da una aflicción continua frente al recuerdo digital de quien no está.
Esta aflicción se caracteriza también por la continua convergencia entre la vida material y la vida digital; es un hecho que cada vez se pasa más tiempo en las redes, pero también, que muchos de nuestros rituales de comunicación se han trasladado a ellas. Mirar nuestro chat de WhatsApp o Messenger es algo que se hace de forma casi automática, e incluso, abrir aquellos que tenemos con quienes son más cercanos también lo es. Resulta difícil no recordar cuando tenemos la cara, las palabras y los recuerdos de quien se ha ido ahí. La aflicción frente a este recuerdo extraño pero familiar resulta en una nueva forma de complicación de un duelo que ya de por sí resulta difícil.
La estructura de la memoria digital se ha corrompido por un hechizo necromántico bastante difícil de romper: el consumo. La muerte, además de ser un evento, se ha convertido en un elemento mercantil. Los rituales en relación a este concepto han ido cobrando fuerza en forma de tradiciones que son explotadas de forma constante para el intercambio de bienes y servicios, la producción masiva de elementos con respecto a estas tradiciones ha resultado en un dualismo competitivo con otras fechas, de forma bastante irónica. Mientras que el 14 de febrero las tiendas se llenan de productos en relación al día del amor y la amistad, el 1 de noviembre, al menos en México, se envuelve en un naranja chillón con las flores de cempasúchil. Este dualismo responde también a la teoría freudiana de las pulsiones: Eros y Tánatos.
Aún así, el consumo no es lo corrupto, sino, su integración y dependencia para los rituales de interacción. Quizá una de las cosas que mayor problema supone esto es que se necesita una respuesta frente al perfil de quien fallece. Así sucede con las celebridades, cuyos seres queridos y familiares requieren intervenir para el respeto de su memoria, cuando éstas comienzan a ser corruptas tanto por el periodismo de espectáculos como por el resto de los usuarios de redes. Pero también con las personas comunes y corrientes: cuando alguien fallece, y aparece en nuestro chat, el recuerdo nos llama, nos exige algo.
Además, el luto, al menos desde los rituales de interacción, nunca es individual. El luto es un elemento que se vive de forma social: ya sea en relación con quienes estén vivos, o actuando en razón de quien ha muerto. De este modo, lo que nos exigen los perfiles de quienes han fallecido es alguna interacción: una palabra, un vistazo, o ignorarles deliberadamente. Pero esta forma de luto aparece solo cuando las redes sociodigitales se han propagado por todo nuestro entorno, con medidas limitadas en cuanto a la actividad que se puede realizar frente a los perfiles de quien ha fallecido.
Morir tres veces
Cabe destacar que esto resulta en dos o más muertes. Aquella que se da en la realidad, y la que se da en el mundo digital, un mundo abstracto que, al menos en Latinoamérica aún no termina de integrarse del todo en nuestras vidas, por tanto, las medidas restrictivas y los rituales frente a la muerte digital son muy ambiguos. Aun así, hay, además, otro tipo de muertes: como el rumor. La plasticidad y velocidad de transmisión de la información que tienen las redes sociodigitales supera la realidad, muchas veces podemos ver que se asevera que alguna persona de nuestro entorno o celebridad ha fallecido, para que minutos después esta aparezca negándolo.
A veces uno muere más veces. Tal es el caso de esas celebridades que han salido a desmentir sus muertes con un video; para que, cuando realmente fallecen, los usuarios se aventajen de este registro y lo usen para negar el verdadero fallecimiento. Lo terrible de esto es que la muerte conlleva luto, por tanto, esto entabla un elemento mistérico frente a este concepto ya de por sí abstracto y desconocido. Cabe destacar que, entonces, si alguien muere tantas veces, ello complica cuantitativamente el luto de quienes le aprecian, porque el luto se da entonces en dos realidades, y, en algunos casos, en varias ocasiones.
Esta cuestión cuantitativa es, además, una negación de la muerte como estructura. Permite la inverosimilitud frente al evento del fallecimiento. Una distancia prudente que se tiene que tener frente a la noticia. Esa distancia debe permitir que la primera fase clásica del duelo se desarrolle: la negación; permite su persistencia hasta que exista una confirmación “material” o verosímil. Es un elemento que obliga, necesariamente, a creer en el falso dualismo entre nuestra persona material y nuestra persona digital. Se hace una especie de triple división ontológica en cuanto al mundo: el mundo de los vivos, el mundo de los muertos y el mundo digital.
Pantallas fatuas
En algunas tradiciones antiguas vinculadas al cristianismo, se les daba una explicación mística a los fuegos fatuos, éstos eran almas en pena que rondaban el “mundo de los vivos” por alguna razón. Daban una suerte de explicación no solo al fenómeno natural que los provoca, sino, también a las distintas “formas de morir”. Como si el no poder descansar en “otro mundo” fuese una condición impuesta dada la fatalidad de la muerte, o bien, dado el carácter moral de quien fallece. Esto creaba una distancia segura frente a la muerte: uno se distancia de quien muerto mora en el mundo de los vivos porque las muertes fatales son sucesos espectaculares y extraños de los cuales cuidarse, o bien, porque uno no tiene el carácter moral de quien murió pecando.
Parece suceder lo mismo en esta triple distinción respecto al mundo que se formula cuando uno provoca una distancia con las redes sociodigitales: como si un acontecimiento digital nos permitiese erigir una distancia frente a la muerte. Las muertes de celebridades indeseadas, criminales famosos o personas del circulo social que rechazamos encuentran sus explicaciones rápidamente en la diseminación acelerada de información que trae internet, este “enterarse” de todos los detalles, permite generar una distancia moral frente a quien fallece. No creemos en fantasmas, pero, sí en la información esparcida respecto al fallecimiento o la calidad moral de quien falleció.
Por otro lado, cuando esto sucede de forma contraria, y el fallecimiento de alguien querido sucede; la distancia que permiten crear las redes es la de la inverosimilitud, la negación frente al hecho hasta que algo en el “mundo de los vivos”, el mundo material, nos diga que en verdad sucedió. Esta problemática aletarga el duelo, lo suspende momentáneamente; o lo intensifica. Para finalizar, cualquiera que sea la respuesta, está claro que, además, la pantalla sirve ya como un obstáculo frente a los acontecimientos: el reto que encontramos es poder darles sentido a nuestros rituales de interacción, encontrar nuestro lugar en la convergencia digital, para que, en algún momento, podamos darle un lugar seguro a nuestros muertos y a nuestras memorias con ellos.
Referencias
Goffman, E. (1970). Ritual de la interacción. Buenos Aires: Tiempo Contemporáneo.
Gilbert, K. R. (2017). Death, Grief, and virtual connections: The role of Social Media for Social Support and Memorialization. En N. Thhompson, & G. R. Cox, Handbook of the Sociology of Death, Grief and Bereavement. A guide to theory and practice (págs. 251-263). Taylor&Francis.
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