Diego Amador
Tijuana, México
Es 15 de septiembre de 2024, no tengo certeza cuando vaya a publicarse esta columna, pero sé, que hace tiempo escribí aquí mismo, sobre lo que llamé “La reforma y los olvidados”. Fui, en ese texto, un tanto crítico con la reforma y la señalé de tener varios puntos que podrían ser áreas de oportunidad para que tuviéramos una gran reforma, algo, pues, diferente a lo que se terminó publicando en el Diario Oficial de la Federación. Permítame en esta ocasión, hablarle desde lo que coloquialmente llamamos “a toro pasado”.
El recuento de los daños
La reforma judicial, podría decirse de forma no académica y solo para romper el hielo entre usted y yo, fue una total pachanga. Pasó de todo y si se perdió la fiesta, permítame a mí, su servidor, hacerle el recuento de los daños. Pues resulta que nuestra fiesta inició con la interpretación que dieron el INE y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación sobre la representación que iban a tener los partidos. Básicamente (a pesar lo que los abogados llaman el espíritu de la ley – cosa de la que soy escéptico porque no juego a la ouija jurídica) ambas autoridades electorales decidieron darle la sobrerrepresentación al partido en el poder. Esta fue la primera botella de la noche.
Las siguientes botellas llegaron con los foros de discusión de la reforma, tanto los que estaban en favor, como los que estaban en contra. Ya todos en tono, comenzaron los dimes y diretes, cosa normal cuando uno bebe en exceso es hacer cosas que no haría usualmente. Por un lado, comenzaron las descalificaciones desde el poder, el desprestigio y lo que llamamos algunos como “bravuconadas”. Pero del otro, tampoco saben cantar mal las rancheras, sus argumentos más potentes provenientes del clasismo más rancio, no se hicieron esperar.
El siguiente gran acto tomo a varios por sorpresa. El Poder Judicial se va a paro. Aquí, la fiesta se puso más brava. Porque las descalificaciones a los funcionarios judiciales no pararon, las afrentas a ellos, justificadas algunas y otras no, llegaban por a granel. Imputaciones que no le correspondían al Judicial – que también el saco le quedaba muy bonito al Ejecutivo y al Legislativo – no pararon. Nepotismo, corrupción, amiguismos, excesos, fueron las acusaciones de algunos que mientras las decían su lengua corría en sangre.
Pero del otro lado de la cancha, el clasismo, la prepotencia, la incapacidad de dialogo e incluso, de forma muy lamentable, el negacionismo de los grandes errores del Judicial, también llegaron como metralla a la discusión. Tuvimos dos bandos que eran incapaz de escucharse el uno al otro. En el medio del fuego, estuvimos aquellos que nos dimos cuenta de que las palabras llegaban a oídos sordos.
Mire usted que hasta ironías de la vida hubo. Por un lado, los que antes protestaban se quejaban amargamente de las protestas y hasta comparaciones con la toma del Capitolio norteamericano hicieron, parecían auténticos conservadores (en palabras de ellos), y del otro lado de la banqueta, aquellos que decían que las marchas y protestas no sirven, estaban tomando las calles y manifestándose. Mire que cosas. Le digo, la fiesta su puso bárbara.
La borrachera llegó cuando se dio las sesiones del legislativo. Hubo cedes alternas, cenas, tomas de instalaciones, gritos, insultos y traiciones. Era ver al poder en su máxima expresión. Mientras que otros tiraban amparos y amparos para defenderse, aquí el poder los rebasaba una y otra y otra vez. El festejo en el Congreso no se hizo esperar, se festejó alegremente el uso del poder sin mayor reproche. Tanto fue el poder que hasta los Congresos locales lo aprobaron a velocidad y hoy ya está publicada la reforma. Veamos cómo va esta cruda.
La cruda
Si bien, ya regañé a ambos bandos como si yo fuera voz autorizada de algo (cosa que no soy y ni pretendo ser, pero necesitaba desahogarme con ironías), pasemos a la gran pregunta ¿y ahora qué? Vamos por partes como dijo Jack el saca tripas. Propongo la siguiente forma: 1) repasó del estado de cosas legales y 2) la reflexión política
En lo legal lo que sigue es una serie de cosas engorrosas y enfadosas. Primero, según esto, la oposición promoverá (o ya promovió, pues no tengo idea cuando se publique esta columna) una acción de inconstitucionalidad. Esto significa un mecanismo de control constitucional que sirve básicamente para decir que leyes o normas están adecuadas al texto constitucional y los derechos humanos.
Aquí hay un problema muy interesante para los nerds como yo, pero se lo explico rapidísimo. La bronca es la siguiente una cosa es las normas como las leyes federales y otra cosa es una norma constitucional. La Suprema Corte tiene un primer conflicto en tratar de conceptualizar si, la constitución puede o no tener normas inconstitucionales, si, así de paradójico como suena (esto en la teoría ya se ha estudiado, así que no es algo muy nuevo que digamos). La segunda cuestión es que la Corte ya ha dicho en su jurisprudencia que ellos no pueden opinar sobre el fondo de la reforma, sino sobre la forma, el detalle aquí es que la reforma ya fue publicada y esto nos va a llevar a otro tipo de problema.
Ese otro tipo de conflicto tiene que ver con el poder político. La Corte, quieran o no, ya perdió la legitimidad que tenía. Darle vuelta atrás a una reforma solo va a ocasionar más enojo y más problemas. Eso si contamos que el Congreso y el Ejecutivo están dispuestos a acatar la sentencia de la Suprema – cosa que ya vimos con los amparos que no van a hacer y ni lo hicieron en su momento – ese, es un tema importante para reflexionar.
Ahora, supongamos que la Corte no le “da patras” a la reforma. Lo que sigue es crear las leyes secundarias y las reformas a las constituciones locales para que puedan estar en armonía con la Constitución Federal. Respecto a las leyes secundarias, estas no requieren mayoría calificada por parte del Congreso. Esto último quiere decir que el partido oficial tiene vía libre para crear las leyes a su imagen y semejanza si así lo desea, las pueden aprobar ellos sin necesidad de nadie más.
Otro aspecto jurídico interesante – creo que el último – sería esperar si el nuevo gobierno no tiene su propia reforma al Poder Judicial o una serie de leyes secundarias distintas, o más reformas. Algo que caracteriza mucho al gobierno mexicano es que un vaso de agua y una reforma constitucional no se le niega a nadie.
Habrá más crudas
Este último espacio lo quiero dejar para la reflexión. Esta no es, ni será la primera cruda que vayamos a ver. Disculpe usted, pero seré ave da mal agüero. La verdad es que contrapesos no hay. La oposición mexicana no es algo serio, se comportan de forma simplona y dejan muchísimo que desear. Carentes de pensamiento crítico, usan la curul del senado para recordar tardes en un café (si, me refiero a esa intervención de un senador panista en el café de la parroquia), en vez de dar argumentos y buscar convencer.
Pero venga, que se puede esperar de ellos si durante las campañas no fueron autocríticos y reflexivos, si no pudieron enamorar y hacer algo distinto para crear contrapeso. Por el otro lado, tampoco es como que vayamos a encontrar mesura en el uso del poder ¿Por qué lo harían? Aquí no aplica el principio del “Tío Ben”, me refiero a ese que dice: “Con un gran poder, llega una gran responsabilidad”.
Si ellos no cumplieron con las reglas, hicieron trampa cuando lo tenían que hacer para amarrar sus intereses ¿Por qué esperar un resultado distinto y llamar a la mesura? No va a pasar. Tampoco es válido tirarse al piso y decir “se acabo la democracia”, “somos Venezuela”, porque estas frases no son más que mitos que vienen a enturbiar la discusión.
Tiene cierta razón los del oficialismo cuando señalan a la oposición de ser unos gandallas, si, lo fueron, tuvieron la oportunidad de hacer de México un país mejor y prefirieron hacer negocio. Pero, también – los del poder – son sumamente responsables de los grandes males que ahora seguimos viviendo.
¿Qué sigue? Pues esperar a ver que pasa, seguir pidiendo que nuestras instituciones mejoren, buscar desde las manifestaciones la rendición de cuentas, el exigir a nuestras autoridades, tratar de hacer de nuestras actuales instituciones algo mejor. Exigir a nuestros políticos. O esta la otra opción.
La otra opción es abrazar a lo que a manera de broma llamo “aceptar la repugnancia”. Esta idea vino a mi cabeza cuando platicaba mientras salíamos de dar clase un profesor (y amigo muy querido mío) y yo y nos dirigíamos a casa. Yo le preguntaba cómo él podía defender al Poder Judicial con todos y sus pecados. Al final de una serie de argumentos (los cuales yo compartía, pero necesitaba, como buen alumno, escuchar de mi maestro para entender un poco más) me decía que hay un libro que explicaba que el Estado eran grupos de malandros que se coordinaban para crear contrapesos y poder gobernar.
Si les soy honesto, no entendí mucho, por dos razones fundamentales. La primera, yo estaba al volante y no quería chocar, así que no pude tomar nota. La segunda, mi muy mala memoria para recordar el libro y el autor (es fecha que no me acuerdo y he olvidado preguntar). Lo que sí se me quedo grabado fue esa idea de “grupos de malandros”. Por lo menos, en México, se siente así. Grupos de políticos que no están del todo muy interesados en la sociedad y que se llenan los bolsillos. Por muchos años hemos escuchado esa crítica, canciones que dicen eso e incluso, usamos la expresión “todos los políticos son iguales”.
Si la lucha constante por la democracia y la mejora del país nos parece algo cansado y que no lo vale, entonces, lo que sigue es aceptar esta repugnancia de que nada va a cambiar, todo va a seguir igual y, tristemente, siempre estaremos a disposición de “grupos de malandros”.
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